Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Te escribo más bien para que olvides
lo que pudo haber entre nosotros:
las noches sin fin y las mañanas
de domingo enredados en las sábanas.
O aquella vez que tu pelo
volaba en el carrusel
y me daba en la cara y reíamos
y gritábamos y éramos felices
como niños que vuelan su cometa.
No me leas más, sólo procura
que el siguiente no te arruine la vida
tanto como yo te he destrozado.