Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Y el aire insiste en nombrar
a quienes ya no responden.
En la cocina, una cuchara
todavía guarda el gesto de sus manos,
y un ladrido remoto —desde Tornquist—
rasga la quietud del patio.
El polvo, más sabio que nosotros,
custodia la vejez de lo perdido.
No sé por qué, en medio del cambio,
el cuerpo insiste en recordar,
como si en la respiración del mundo
hubiera un nombre que no termina.