Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos,
la penumbra yace inerte
desde el último adiós,
la tinta desgastada
corroe la vieja pluma
que vive por tus cartas,
mis ojos, cristalinos,
ya no encuentran consuelo alguno
entre versos deshojados y
esperanzas quebrantadas,
entierro, finalmente,
un amor consumido
por el triste viento del desasosiego.