Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.

Porque en realidad, no hace falta,
ya lo sabes todo:
que el tiempo me pesa solo a veces,
que el café aún me sabe amargo,
y que, a pesar de todo,
todavía guardo esa risa tonta
cuando no me miras.

Pero sigamos, escribamos,
que en esta carta imaginaria,
como en la vida,
no hay nada urgente.