Te escribo esta postal
desde el paisaje que envolvió tu infancia.
De la fuente baja un murmullo mater,
débil pero constante.
Su rumor de sangre remueve
este cuerpo abatido.
Su pálpito primigenio refresca
una voluntad ancestral
por reanimar el suelo
innumerables veces.
Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Tu ritmo ahora no es el de esta tierra.
La ciudad no admite barbecho.