La lluvia golpea mi piel.
El chorro helado del alero
se cuela por mi nuca, baja por la espalda.
Alzo mi rostro al cielo,
nuestras lágrimas se funden,
cae la máscara, permanezco desnudo.
¿Qué queda sino la esperanza de volver a volver?
Un fin sin principio.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.