Ahora cuando tu imagen se disuelve en la nada
y de tu voz conservo apenas los ecos apagados
de una tarde de agosto que se perdió en la arena,
dibujo tu nombre en las páginas sueltas
de mis versos apócrifos y sé que te invoco
sin esperar respuesta.
Tu silencio es el santuario donde reposan
las palabras que se extinguieron sin ver la luz;
las cenizas del fuego que no encendimos;
los abrazos desanudados por la ausencia…
Ahora cuando no importa si exististe de veras
o emergiste de un sueño del que no he despertado,
te escribo y sé que escribo para que no me leas.