Eras poco más que nada hasta que te fuiste
constante y persistente
presente, e invisible
y de tu ausencia, útero marchito, naciste.

Sé que no merezco nada de lo que me diste.
Eterno e inmutable
como el paso del tiempo
con el pelo de fuego, y la pupila triste.

Y te devuelvo la mirada sin que me veas
ahora al alejarte
te escribo y sé que escribo para que no me leas.

Niño con ojos de barro y un sueño dormido
se me olvidó tu nombre
y quiero que vuelvas, solo, por haberte ido.