Te escribo y sé que escribo para que no me leas
para que mis palabras se pierdan en la sombra
de este silencio intacto al que ayer jamás llegaste.

Hoy te nombro sabiendo que mi voz no será eco
en esta piedra sorda de falsa indiferencia
que resiste impoluta como un dique intangible.

Un río oscuro se abre paso en cada promesa
una herida latente que el tiempo no clausura
y ahora mi memoria es un puño que se afloja
llevando en su declive la ceniza del viento.

Este papel —entonces — es mi último refugio
mi tregua breve y vana con la melancolía
un espacio secreto donde esconderse ahora
aun sabiendo que ya nunca habitarás en él.