Me encandilabas por la calle:
bella, orgullosa, lejana, distraída, segura…
No osaba ni pensarte.
Anhelaste lo fascinante, deslumbrador, espectacular.
No me atreví a quererte mía. Y,
la nada guardó silencio frente al todo,
silencio de voz y pensamiento
roto en las desamparadas noches
como una rítmica y oscura condena.
Ahora, te escribo y sé que escribo,
para que no me leas,
porque solo puedo ofrecerte amor,
desnudo amor, sin palacios en el Olimpo.