Nunca deseé esconderme en el océano
lejos de las demás sirenas,
escuchando de voces ajenas aquello que yo no había murmurado.
Por eso te suplico, luna mía,
que me dejes equivocarme mil y una veces,
hasta que sangre yo sola con mis heridas
y no deba sanar luego las tuyas.
Te escribo y sé que escribo
para que no me leas…
pero te pido aún así que me dejes resbalar y fallar,
fallar hasta que deje de ocultarme de las voces
y me convierta en otra sirena que llore sus propias lágrimas
para convertirlas en pura poesía con la que seducir
a las almas de los náufragos.