“Te escribo y sé que escribo para que no me leas…” Pero que no leas lo que te escribo
no aminora la marcha cansina de mi corazón desvencijado, como caballo vetusto,
sin orientación cenital o terrestre sobre sus crines y cascos. Y, sin embargo, no quisiera
ni podría avanzar un día sin la tibia sombra de tus huellas sobre las mías,
entre nubes o dunas,
y que tu voz no aclare ni suavice el silencio más roto dentro mío, desde que no estás
en el mañana posible de nuestro abrazo cotidiano.
Escribo y agoniza cada símbolo que acentúo
hasta hacerse pedazos en la lengua del viento.
Escribo y desovillo el olvido bajo tierra donde espero
se encuentren nuestras soledades y huesos
para volver a reunirse como la sed de una flor por la lluvia,
y del sol por la sombra
para un nunca siempre, hasta el fin de los días.