Inocencia de una flor, abatida por la tormenta.
Pureza de un cáliz, ultrajado con indolencia.
Placer de una espada, manchada por el dolor;
y satisfecho el inicuo por inducir la aflicción.
Siendo testigo del rocío de dos cuencas, «Te escribo y sé que escribo para que no me leas…»
Pues sellada con tinta roja estará tu condena,
por aprovechar la ingenuidad de un alma,
que ahora vivirá, quizás en pena.