Desorbitadamente amarga, cruda, fieramente abierta,
la vieja herida sangra nuevamente a borbotones.
Desorbitadamente quieta,
cauce estanco es la corriente
que riega de piedad la tierra seca,
que alivia el sinsentido del dolor y, por la vida,
debiera plantar cara al sucio horror de tanta muerte.
Desorbitadamente quieta está la mano no tendida,
y, más que quieto, muerto el corazón que late en calma.
Desorbitadamente quieta está la noche del silencio,
telón siniestro y cruel que asfixia el grito en la masacre.
Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos:
la trágica verdad, rumor de trueno que no cesa,
y el eco en esta cómplice y servil conciencia nuestra.