Mujer sin carne, mujer carnal,
te has quedado viuda, musa del rapsoda.
Tu poeta, ha muerto
y buscas consuelo en mis manos,
manos llenas de agujeros
por los que se escapan versos aciagos.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.
Serenamente turbado
persiste este vacío.
Nos separa un papel en blanco,
y en ese mar de celulosa
se ahoga el poema perfecto,
nuestro hijo nonato.