Lo almendrado de tus ojos hacen que el vino recorra mis venas
a un ritmo más álgido de lo normal,
anhelando beber una copa a la luz de la luna,
contigo. Racimo de alegría.
Gotas que caen en tus pechos, y yo deseando lamerla.
Te observo, pero no te das cuenta.
«Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos»,
como para que puedas notarlo.
Al fin y al cabo, tu eres más prosa, compleja y elegante,
y yo un simple esclavo de los ritmos, bebedor.
“Gracias por ayudarme”, dijiste y te marchaste,
mientras quedé lamentando la copa que quedó sin beber.