Pequeña hija mía,
fruto amado de mi vientre,
te extraño con toda mi alma
aunque siempre estás presente.
En aquel breve instante,
de manera insospechada
como hermoso querubín alzaste vuelo
para retornar a la casa eterna
desde donde por fortuna un día llegaste.
Te escribo y sé que escribo para que no me leas
pero sí con la ilusión de que la suave brisa se dirija cual luz fugaz al paraíso donde habitas,
y te abrace en mi nombre y susurre al oído
que por siempre serás el amor más puro de mi vida.