Ni siquiera la blusa -uniforme del gremio- podían permitirse en aquellos tiempos
los niños aprendices. Cuchilleros de humilde condición, de inmaculados
ojos que se iniciaban en la industria navajera. Ingeniería nacida del ancestro como nacen de un primer corazón las emociones
que después se transmiten en impulsos,
en vaharadas de sangre, eternamente.
Hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados de cuchilleros de sombras
-ni siquiera una luz anticipando
la claridad del día-, aprehendiendo
el sentido de aquella laboriosa
manera de ser alguien, afilando
el acero, a la vez que el instinto
daba forma a sus sueños de muchachos.
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