Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos,
mientras el reflejo de la luna ciega mis ojos
que en la penumbra recuerdan tu piel,
donde habitan islas para poblar con dedos,
donde dejé la fianza del sentir
para así aplacar el dolor de no verte.
La cama rendida y desecha de recuerdos
consiente el caos del que fuera tu sudor
que quedó proscrito en el tejido para siempre.
De tanto velar tu misterio
rendí mi soledad al fuego de tu silencio total.