Mi cuerpo te ensalza
y te grita a pleno pulmón
por cada nuevo amanecer.
Diariamente, oh Señor,
se encienden las tenues luces
que germinaste en mi corazón
y vuelven a florecer en mi alma.

No plantea dudas mi razón
por cada instante de vida.
Pervive tu sereno resplandor
incluso cuando cierro los ojos
y en el cielo protector
desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.