Llegaste Dana con tu nombre de mujer
precipitada. En la noche no te invité.
Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Te vestiste con un manto inacabable
de lodo y sangre, que nos arrastró
en el ocaso. Con el agua de las lágrimas
llora el propietario de esta carta
en la desoladora
tristeza de su verso.