El llanto del rocío
no le apena a la piel de la ciruela.
Su frescura alcanza el filo de una hoja
que le brinda su sombra y amparo.
Entre ellos late un lenguaje de luz
sobre un alfabeto de sombras.
Hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados,
hablan los nudos que del tronco brotan
y declaran las iniciales
que bajo ellos grabaron.
Así se mantiene viva la historia,
como el fruto conoce
la memoria exánime de la flor.
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