Cae la noche como un cuerpo sin órbita,
desnuda su piel de astros sobre el silencio.
Un temor antiguo se posa sobre los párpados
y el mundo se repliega en su sombra sin centro.
Desorbitadamente quieta
la materia se curva entre dos latidos,
como si el universo respirara en pausa,
como si el amor fuera un planeta extinguido.
Está la noche entre los dos
no como distancia, sino como abismo,
como un dios que se oculta tras la carne,
como un relámpago que no se atreve a herir
y, sin embargo, arde.