Te fuiste cuando el alba se dormía,
dejando en mi cristal tu sombra quieta;
la luz buscó tu nombre y, ya indiscreta,
rozó mi soledad con lejanía.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos… doliente,
la eternidad respira lentamente,
y en su temblor mi corazón se inquieta.
No hay regreso posible ni sosiego,
tan sólo el eco frío de aquel ruego
que el tiempo convirtió en polvo y en desvelo.
Aún guardo tu mirar, perdido en hielo.