En el sendero, arduo camino de la jornada,
donde la umbría su triste manto derramaba,
una selva oscura y perdida mi alma helaba,
y me susurraba en la penumbra su cruel trama.

Expresar lo que vi altera mi vida sombría,
aunque entre sus ramajes, el eco lo desvelaría;
en esta salvaje selva, bañada de melancolía,
tejemos un tapiz de miedos sin ninguna armonía.

Y bajo el luminoso platillo de plata mil voces callan,
contemplando cómo hablan las formas recreadas,
añorando la simetría de un calor siempre amado…
y ahora, ¡mira cómo hablan los cuerpos transformados!

!Dulce y bendito,
no hay amor más bonito que aquel nunca escrito!