Se ultima el ritual íntimo y duro
cuando el sol se desgarra hacia la tarde
y el cielo, estremecido, en rosas arde;
vuelve el silencio a la quietud del muro

de piedra, que se abrió sin más futuro
que volver a cerrarse, tan cobarde,
acogiendo claveles con alarde,
de útero triste y siempre prematuro.

Alas sin esperanzas, afanadas,
-mortuorio el trabajo en que cizallan-
cubrirán de cenizas sus desiertos.

Sin luz, hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados. Callan
para siempre los labios de los muertos.