Finges no saber dominar lo que llevo en el fondo del alma;
es tu latido la medida de mis versos más puros, esos que solo encuentran
un significado a la luz de tu más merecida somniloquia:
pretendes dilatar la vida y la transformas en un poema, en un milagro.
Confío, lo sabes, en la resistencia extraordinaria de la sílaba, como si la palabra
fuese uno de los músculos que recubren mi corazón indefenso.
Algún día, aprenderé a conjugar el verbo «paz» y cambiaré el mundo, pero hoy
te escribo y sé que escribo
para que no me leas…
Para que no te arrepientas de haberme prometido bajar al infierno
a buscar esos nombres que dejé en silencio; a devolverme la brisa intraducible
que reciben las flores en su baile, mientras la tarde aquieta sus perfumes.
Te escribo, en la urgencia por corresponderte: soy la última voluntad de un soñador
que, ilusionado, pronto va a despertarse y no volverá a ver tus ojos.