Arribo a tu quejido inevitable,
como soplo requerido, último suspiro.
No es tu momento,
pero sabrás de mí…
Te escribo y sé que escribo
para que no me leas;
«Viajero, soy quien guía en la penumbra.
No estarás solo en esa travesía;
abrazarás conmigo la eternidad,
como torrente en vuelo de un ave,
anhelando la brisa del reencuentro.
Pero no dejes que este deseo
se convierta en mi visita temprana.»
¡Aguardaré, en la oscuridad que ilumina!