Si acaso conservas aquella carta, si existe,
descansa en paz en algún baúl o caja de zapatos,
esperando quién sabe qué resurrección perdida. Cuando
te la entregué, en ese instante, los versos contenidos
dejaron de pertenecerme, no son míos,
no podrán volver a serlo. ¿Pedírtelos prestados?
¡Qué estupidez! Tuvieron su momento conmigo,
su efecto contigo, tuvieron su espacio, un símbolo
y razón de ser para los dos. Cada verso es
tuyo sigue siendo
tuyo. Me avergüenzo. Termino lo que escribo y borro
todo. A la usanza de José García Nieto:
Te escribo y sé que escribo
para que no me leas|