Quiero, carne, gritarte que te he vencido vivo
y no beberé más del orgasmo de tus estrellas verdes
ni buscaré otra vez costillas cibernéticas
ni comerciaré más mis médulas con bárbaros ni Bizancio.
Me dirán ellos, los piramidales cóncavos en línea:
“Estás al borde de la cornisa, casi a punto de caer”,
pero yo les gritaré cantando con mi sonrisa sucia del sarro epifánico:
“Hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados”,
y no tendré pavor de la caída, las cruces, las cruzadas, los botines y sus llagas,
porque en esta metamorfosis de león circense viejo y crustáceo ponzoñoso,
encontré la senda por donde tan pocos bizarros y gallardos han venido,
y te murmuro, carne, ya no hay mimos ni sombras chinescas para ti.
Aquí ofrendo mi retirada, mis huesos y cada amor que no será vano ni desesperado.