Ahora llorándole a Viriato:
-.»Déjame ese ariete guapo, así sea sólo un rato»
Luego voy a ver a Claudio:
-.»Rodríguez, rapaz, haz un canto a mi sobriedad».
Mi León, un poco más abajo,
junto a los inmóviles peregrinos,
que pasan por él, pero a ellos,
a ellos apenas les roza el romero,
mucho menos les toca el camino.
Hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados…
Aquellas no me dicen casi nada,
estos dan candela a mis enfados.