No supe ir despacio, nunca he entendido
de velocidades en el absurdo juego
ya perdido del querer entre dos nadas.
Amar el tacto de tu piel, rozar con las
caricias nuestros cuerpos bajo la luna.
El instante se sucede y queda la ceniza,
los versos que cuento a la noche.
Y es entonces que el tiempo se dilata
y hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados
y convierten este sinsentido distendido
en algún poema malherido y mal escrito.
Que al fin y al cabo todos somos jugadores
en la diversión del reloj y sus agujas.